martes 30 de abril de 2024

COLUMNA

Pablo Pino cumple diez años celebrando la música con Los Cohetes Lunares

Conoció a la mítica banda bolivarense en La Vizcaína, una noche del 2011, cuando fue telonera de David Lebón. "Fue un amor correspondido”, sostiene el artista.

Pablo Pino cumple diez años celebrando la música con Los Cohetes Lunares

Pablo Pino es tan porteño como el obelisco, nació en el Barrio de Once. De niño era muy inquieto, para calmar esos ímpetus su madre lo mandaba a dibujo, a música, incluso a una academia de inglés.

En su casa siempre estuvo presente la música. Entre otros discos sonaba todo el día Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat. “Mi mamá lo escuchaba de pe a pa y lo terminé destruyendo, se lo rayé cuando era bebé, pobre mi vieja. A mi papá le gustaba mucho el tango, Julio Sosa era su favorito, lo iba a ver a todos lados. Mis abuelos maternos también escuchaban mucha música, mi abuela cantaba con el mismo tono de voz de Libertad Lamarque, y mi abuelo cantaba con voz de tenor, era inmigrante de la ex Yugoslavia y vino con pasaporte italiano, la música estaba muy arraigada en su ser, en su esencia. Tuve una infancia sencilla y muy feliz”, recuerda.

Los primeros pasos musicales que dio Pablo fueron con un hippie que daba clases no muy acartonadas en la Biblioteca Popular Almafuerte, a sus siete años ya tocaba en público junto a su profesor. Luego ingresó en una prestigiosa academia musical dirigida por Alicia Muñoz, primer violín del Teatro Colón; su hermana enseñaba guitarra, teoría, solfeo, partituras, pero Pablo no mostraba mucho interés, alborotaba la clase, y la profesora terminó comunicándole a su madre: “su hijo quiere hacer otra cosa”.

Es que Pablo tenía como norte otras músicas: “Con mis tíos mayores ya había empezado a escuchar rock y eso me fascinó. Desde los cinco años escuchaba los discos de Sui Generis, Pedro y Pablo, Vox Dei; después vino Led Zeppelin, Black Sabath, Deep Purple. Mi abuelo Benjamín, el patriarca absoluto de la familia, me regaló Led Zeppelin II, él tenía todas las cualidades: honestidad, trabajo, silencios; también mi padre, que era un ser maravilloso; fueron personas que me formaron muchísimo, me impregnaron su hombría de bien”.

 

 

Encuentro con Pappo

 

En los 90’s llegaría el trash y el heavy metal. Pablo era amigo de Sebastián Coria, guitarrista de Horcas, que en ese momento tenía una banda llamada Eufforya. “Íbamos a ver a Pantera, Metallica, Megadeth, que para la mayoría eran mala palabra, pero era una cosa que nunca me preocupó porque nunca toqué heavy metal, aunque me encantaba escucharlo. En ese momento, en mi barrio, en la zona norte de Buenos Aires, hacíamos rock con una banda que se llamaba Pequeños Detalles, ahí era guitarrista, no cantaba todavía. También integré bandas de garaje, en ese momento levantabas una baldosa y salía un músico”.

De esa etapa metalera Pablo atesora la experiencia de haber sido plomo de Pappo. “Tuve la suerte de conocerlo y también de padecerlo. Me puteó toda una noche arriba del escenario, era un corderito pero tenía que mostrar esa figura de ogro. Esa noche el baterista, Black Amaya, me dijo: ‘quedate acá y teneme el hit hat (platillos) que se me mueve. Yo me puse detrás de un monitor, y las luces blancas enfocaban la guitarra de Pappo con sus solos interminables. Cada vez que le enfocaba la luz él veía mi cabeza asomando por el monitor; entonces vino como diez veces con cara de asesino, los colmillos le salían de los labios, y me decía: ‘¡Agachate, agachate que se te ve la cabeza, pelotudo!’; y Black me decía: ‘No le des bola’; y yo sin poder moverme de ahí. Después estuvimos en el camarín y todo bien, pero era un ogro cuando quería”, cuenta.

 

 

Encuentro con Los Cohetes Lunares

 

Pablo Pino conoció a Los Cohetes Lunares en la Vizcaína una noche del 2011 cuando la banda ofició de telonera de David Lebón. “Esa noche tuvieron que tocar en el piso, pero me encantó la fuerza que tenían, también la guitarra de Eduardo, eran una masa compacta, sin fisuras - cuenta -. De a poco fui conociéndolos en partes separadas: con Eduardo coincidimos por nuestros trabajos; con Patita Suárez casi no peleamos la primera vez que nos vimos, ese día hice un comentario medio soez sobre cierto estilo de música, y Patita casi me reta a duelo. Por supuesto que después terminamos muy amigos, lo considero un hermano musical”.

En el año 2013 Los Cohetes cumplieron veinte años y le invitaron a tocar en el festejo. “Fue una celebración maravillosa, allí conocí a Juan Manuel Fagnano, un monstruo absoluto. Fui de invitado y me ‘fueron quedando’, y yo me dejé también. Fue un amor correspondido”.

Este año Los Cohetes cumplen tres décadas de vida, y Pablo Pino cumple diez años como integrante de la histórica banda.

Ante la consulta de si no le gustaría armar un proyecto solista, Pablo contesta: “Estoy sumamente cómodo con Los Cohetes, tenemos una armonía muy buena. Tengo una absoluta libertad, nunca tuve limitaciones, he podido poner el sonido que me gustaba. A veces para que esa armonía exista tiene que haber una combinación de sonidos y un complemento y eso existe, y es muy difícil de lograr. Trabajar y gozar la música con personas con las que tenés un cariño encomiable se da muy pocas veces en la vida. Soy un papá, tengo cinco chicos, dos de ellos son grandes y ya están independizados; también trabajo, además de alguna otra cosa que hago; y no podría dedicarme como me gustaría a algo independiente o propio. Por supuesto que voy a seguir colaborando y va a pasar alguna situación musical con personas que venimos proyectando”.

 

 

En el último Me Encanta Bolívar Los Cohetes Lunares iniciaron su participación con ‘Génesis’, tema de Vox Dei de su álbum La Biblia, con Pablo cantando al frente de la banda. También están las performances de Pablo como ‘frontman’ en Burö (Daireaux), interpretando el mix ‘Génesis-Las guerras’ (Vox Dei), ‘Despiértate nena’ (Pescado Rabioso), y ‘Black Night’ (Deep Purpple).

“Yo la llamo la ‘experiencia Buró’, era como tocar en el living de tu casa - relata nuestro invitado -. En el último recital que toqué entraron dos Harley- Davidson por el medio del salón, estacionaron al lado del escenario, todo era una locura. La propuesta era: vengan, toquen y viajen, y a mí me golpeaba porque yo también soy motociclista. Todo estaba ahí en ese cuadrado, mi familia adorada, mis amigos músicos, el olor a nafta, era una cosa que impactaba”.

 

La música es sanadora

 

“Yo soy muy fácil, no sé decir que no - explica Pablo -. Soy muy entusiasta con el tema de la música, es un regalo del universo que nos da a los hombres. ‘La vida sin música sería un error’, decía Nietzsche, y esa joya uno no se la puede guardar. Uno siempre tiene que estar con los oídos bien abiertos para recibirla, y después si la puede brindar, doblemente maravilloso porque también recibe esa energía, ese cariño con la música que la gente tiene esencialmente. No hay idiomas, no hay barreras, no hay ideas políticas, hay música.

Me tocó estar en el ejército cuando estaba el servicio militar obligatorio y no la pasé muy bien, aunque reconozco que de todo en la vida se aprende. Era bastante rebelde y me ‘tenía de punto’ un suboficial a cargo y vivía preso. Todos de franco y yo adentro, pero siempre hay personas buenas: otro suboficial me deslizó una guitarra. Estuve treinta días sin salir del cuartel en compañía de mi guitarra, y eso me fue tan llevadero, pude expresar muchas de las cosas que sentía, con la familia, mis afectos. La música repele lo malo que te puede llegar a pasar”.

Pablo Pino ha tocado mucho y en todas partes: en la iglesia, en fiestas escolares, en bares, en reuniones privadas, en la playa. Le gusta transmitir la música, la considera un regalo maravilloso, vive celebrándola, y se despide sentenciando: “La música es un ‘toma y daca’, la gente recibe del músico, y uno como músico recibe del oyente, es una armonía, una comunión”.

Autores de las fotografías: Nicolás Rivanadeira y Camilo García

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